Entre las múltiples reflexiones y conclusiones que ha disparado el panorama de la pandemia, con sus amenazas inéditas y los crecientes desafíos a todo nivel —desde el ámbito más privado hasta las esferas de lo público—, una de las ideas recurrentes ha sido la de haber abierto, casi de par en par, la puerta a un mundo virtual, lo que en apariencia es irreversible. Más allá de las condiciones individuales, ha primado la noción de una pérdida de realidad frente a una especie de naturalización de lo intangible. El confinamiento afianzó esta sensación con el paso inevitable, por ejemplo, de oficinas físicas adaptadas a distintas aplicaciones y plataformas de comunicación en la nube, donde esta idea de lo inmaterial se ha convertido en el fenómeno recurrente. Por otro lado, para nadie es un secreto que, en la cadena de edición y publicación del libro, uno de los cambios drásticos ha sido la suspensión de la presencia física de los lectores en los espacios palpables de una librería. En un giro meramente accidental, podríamos decir que el tema central de este número de Contraportada es, precisamente, el valor irremplazable de la materialidad a la hora de reflexionar sobre las fases de edición, producción e impresión de contenidos. Un recorrido que va de procesos pedagógicos en un taller de tipografía tradicional en las afueras de Bogotá, a la investigación académica in situ sobre impresión de grabado con una máquina aplanadora y la histórica experiencia de un colectivo taller que combina la prensa tradicional con las opciones digitales para una enseñanza y una declaración de principios políticos y artísticos desde el mundo impreso. Adicionalmente, este número también recoge artículos que son producto de investigaciones sobre algunos de los protagonistas en los oficios y quehaceres vinculados a los territorios de la impresión y las artes gráficas; tales son los casos de las y los prensistas, de las mujeres impresoras en Hispanoamérica, de la consolidación de los primeros libros impresos en Brasil, así como el increíble relato del descubrimiento del primer Corán impreso en Venecia en el siglo xvi. Para enriquecer esta reflexión sobre la memoria material de la impresión, hemos escogido algunas láminas del taller gráfico Molinari como ejemplo paradójico de la relación entre procesos técnicos de imprenta analógicos, con figuras mitológicas, religiosas y paisajes ilusorios que, gracias a una particular saturación en la gama de colores, hacen pensar sin duda en otros mundos también virtuales e intangibles.